«Caminar en sí mismo es el acto voluntario más parecido a los ritmos involuntarios del cuerpo, a la respiración y al latido del corazón».

Marcha de mineros hacia Madrid (2012). Uly Martín. El País.
La autora de la anterior cita es Rebecca Solnit, una escritora norteamericana que vive en San Francisco. Historiadora y también activista. Aquí no se sabe demasiado de su obra. Conocí su libro Wanderlust. Una historia del caminar, gracias al artículo que escribió Albert Lladó en La Vanguardia, titulado Sisifo y la cinta de correr. Me pareció tan interesante el tema que solo tardé dos días en comprarlo. Lo recomiendo a quien quiera profundizar en qué es y qué representa el caminar.
Me apasiona todo lo que sea caminar, por lo mucho que significa. Aporta salud y la posibilidad de ver un mundo diferente, quizás más real de lo que acostumbramos a percibir.
Caminar desarrolla nuestro cuerpo y nuestra mente. Por eso, a partir de la propia experiencia y la de personas con un pensamiento afín al mío, he desarrollado un inventario de motivos para caminar. No me invento nada. Esta serie de pensamientos son comunes para todas las personas que necesitamos explicarnos qué es eso de caminar. Si os animáis a seguir la lista, estaré encantado de recibir vuestros mensajes y ampliarla.
¿Qué es caminar?
Caminar es la forma más humana que tenemos de desplazarnos. Los vehículos de transporte nos acercan rápidamente a aquello que pretendemos. Nos recortan el tiempo de acceso y el esfuerzo físico por llegar. Los medios de transporte son imprescindibles para el desarrollo de nuestra civilización. Pero caminar nos sigue humanizando.
Caminar, desde el punto de vista de allá donde llegas, es un indicador de progreso si consigues llegar a un lugar mejor. O de estancamiento cuando das vueltas sin sentido, volviendo al punto de origen, o incluso más atrás de allá donde iniciaste el camino.
Caminar es una lucha, cuando los accidentes del terreno te dificultan el avance. Una lucha que nos hace más fuertes y sabios, y nos ayuda a superarnos. Se aprende de las dificultades. Hay que desconfiar de los caminos demasiado fáciles: a veces no son los que más nos conviene tomar.
Caminar solos nos ayuda a saber más de nosotros mismos. Caminar nos abre a nuestro interior, que quizás es el mundo más desconocido.
Caminar acompañados nos acomoda al ritmo de los demás. Y los demás se acomodan a nuestro ritmo. Sin demasiado esfuerzo, caminar nos permite empatizar con el grupo al que pertenecemos.
Caminar nos hace más sensibles a nuestro entorno. Aquello que no percibimos en el día a día por las prisas, por la pereza de desplazarnos a pie, se nos presenta como una sorpresa cuando decidimos hacer un trayecto a pie.
Caminar nos permite sincronizar movimiento y respiración. El latido del corazón y nuestro aliento se conectan rítmicamente. Marcan el tempo. Nuestras piernas avanzan según marca nuestro compás interno.
Caminar nos genera bienestar. Cualquier ejercicio que hagamos induce a que la serotonina fluya desde las neuronas serotoninérgicas hacia el cerebro, generando esa sensación de “estar bien”.
Caminar nos hace creativos e imaginativos. La sangre fluye mejor por el organismo y por nuestro cerebro, el corazón late con fuerza. Nos oxigenamos mejor. Los estímulos visuales, auditivos, olfativos, táctiles… se amplifican y nos dan fuerza a las ideas. Los paseos creativos han sido un útil recurso que los grandes pensadores de la historia han utilizado para agudizar el ingenio.
Caminar nos acerca a otras personas. El sentimiento de pertenencia al grupo humano del que formamos parte, los caminantes. Hay mucha gente que camina, como nosotros.
Caminar siguiendo un mismo recorrido habitualmente te permite conocer gente muy interesante. Si te cruzas con desconocidos con los que coincides muchas veces, salúdales. Nunca te rechazarán el saludo. Si puedes, entabla una pequeña conversación. Verás que sensación más grata y que respuesta tan positiva. En las excursiones por montaña, lo más habitual es saludar a los desconocidos con los que nos cruzamos y nadie se sorprende de este hecho. En la ciudad nuestro mundo es individual y cerrado. ¿Por qué no romper con esa dinámica tan poco humana?
Caminar nos fortalece como grupo. Quien haya participado en alguna manifestación, sabrá de que hablo. Una demanda social cobra una gran fuerza, simbólica y real, si se tramita a través de una manifestación multitudinaria.
Caminar nos hace relativizar y percibir de forma diferente aquella realidad que nos genera tensión, ansiedad, estrés, o incluso tristeza. Los hechos son los mismos, pero la respuesta ante ellos puede cambiar al caminar.
Caminar es la mejor manera de reivindicar que la ciudad es para las personas, y no para los vehículos. Las calles y paseos, las avenidas y los parques, recuperan el sentido de su existencia cuando son ocupadas por las personas para las que fueros concebidas.
Caminar vuelve fuertes a los débiles y lentos, y débiles a los fuertes y rápidos. Nos equilibra como grupo. Todo el mundo es capaz de caminar horas y horas. Pero no todo el mundo puede correr maratones.
Caminar abre el apetito y genera un mayor gasto calórico. Nos mantiene en buen funcionamiento el sistema cardiovascular en un entorno tan sumamente sedentarizado como el nuestro. Ayuda a la digestión, a que el intestino se mueva. Estimula el sistema inmunitario. Mejora nuestra condición física, metabólica, muscular y osteoarticular. Nos hace sudar, sentir sed i nos impulsa a beber agua, facilitando la función renal.
Caminar nos divierte.
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Cada persona tiene sus razones para caminar. ¿Alguien se anima a seguir la lista? Recogeré su pensamiento en este mismo post.