Porqué ‘natural’ ya no tiene ningún significado

Por Michael Pollan.

No es habitual que la definición de una palabra omnipresente en el lenguaje común sea cuestionada en los tribunales de USA (en la Corte Federal), pero eso es precisamente lo que ha sucedido con la palabra «natural». Durante los últimos años, se han presentado unas 200 demandas contra los fabricantes de alimentos, siendo acusados de mal uso del adjetivo en la comercialización de estos. Existen muchos oxímorones en la publicidad de alimentos definidos como “naturales”. tales como los “naturales” Cheetos Puffs, las «totalmente naturales” Sun Chips, el «totalmente natural” Naked Juice, los “100% naturales” nuggets de pollo Tyson, y así sucesivamente.


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El pan natural, ¿lo podemos encontrar en la naturaleza? Ni el de molde, con algún que otro conservante, y envasado en una funcional bolsa de plástico, ni el de panadería (que algún agente panificador lleva), crecen en los árboles. No es ni bueno ni malo: simplemente, es así.

En nuestro país hay también muchos ejemplos: entre ellos el pan de molde Bimbo “natural” que anunciaba el divulgador Eduard Punset, o el caldo «natural» Aneto, etc… (NdT)


Los demandantes argumentan que muchos de estos productos contienen ingredientes (el jarabe de maíz de alta fructosa, sabores y colorantes artificiales, conservantes químicos y organismos modificados genéticamente) que el consumidor medio no entiende como «naturales».

Los jueces atendieron estos casos (muchos de ellos en el Distrito Norte de California) y han buscado una definición estándar del adjetivo “natural” para que se pueda usar esta palabra (claim) correctamente. Y han descubierto que no existe tal definición.

La mente humana, o su corazón, parece necesitar una palabra de alabanza para aplicar a todo lo que la humanidad no ha contaminado, y para nosotros esa palabra es «natural». Como se trata de un ideal, se le puede dar todo tipo de usos retóricos. Entre las personas que van en contra de la vacunación, por ejemplo, no es raro escuchar o leer acerca de la superioridad de algo llamado «inmunidad natural», provocado por la exposición al patógeno en cuestión y no a la versión desactivada (y por lo tanto inofensiva) de él, hecha por los seres humanos en laboratorios. «Cuando te inyectas una vacuna en el cuerpo…”, dice un anuncio en una web antivacunas en su Campaña por la Verdad en Medicina “…en realidad estás realizando un acto antinatural». El Consejo de Investigación de la Familia da un uso similar al témino en su condena a la homosexualidad y, más recientemente, al matrimonio entre personas del mismo sexo, al compararlo, de forma desafortunada, con lo que llama «matrimonio natural».

Si se supone que la naturaleza ofrece una moral estándar por la cual nos medimos y un conjunto de valores a los que se debe aspirar, ¿qué tipo de valores son esos?

¿De qué estamos hablando cuando hablamos de natural? Depende; el adjetivo es poco preciso y resbaladizo, y su uso está repleto de suposiciones dudosas que son difíciles de controlar. Tal vez la más incoherente de ellas es la idea de que la naturaleza se compone de todo lo que existe en el mundo, excepto de nosotros, y de todo lo que hemos hecho o fabricado. Al parecer, internamente, todos somos creacionistas.

La «inmunidad natural” implica la ausencia de intervención humana, lo que permite que ésta se desarrolle como lo haría si no hiciéramos nada. Es «dejar que la naturaleza siga su curso.» De hecho, la mayor parte de la medicina va en contra del curso de la naturaleza. Eso es precisamente lo que nos gusta de ella. Al menos cuando se nos ha salvado de morir, una eventualidad que, quizás, es más natural de lo deseable.

Sin embargo, a veces las intervenciones de la medicina no son bienvenidas, o las desestimamos, y la manera «natural» de hacer las cosas pueden ser una solución útil. Esto parece ser especialmente cierto al principio y al final de la vida, donde hemos visto una reacción en contra de la tecnología, dando paso al «parto natural” y, más recientemente, a la «muerte natural».

Lo «natural», que supongo pronto estará en los labios de muchos médicos, indica el poder permanente del adjetivo para mejorar casi cualquier cosa: desde unas simples barritas de cereales hasta todo el complejo proceso de la muerte. Para los pacientes y sus familias ha sido muy complicado hablar de “no resucitar” al final de la vida. Para muchos oídos, «DNR» (Do Not Resucitate) suena un poco a “tirar abuelo debajo del autobús”. Pero de acuerdo con un artículo en el Journal of Medical Ethics, cuando las ordenes son reformuladas para decir «permitir la muerte natural», los pacientes y los familiares, e incluso los profesionales médicos, son mucho más propensos a dar su consentimiento para, exactamente, llevar a cabo los mismos protocolos.

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Ilustración de Javier Jaén.

La palabra significa algo un poco diferente cuando se aplica a la conducta humana en lugar de a la biología (exceptuando a los snacks). Cuando el matrimonio o ciertas prácticas sexuales se describen como «naturales», la palabra se está desplegando estratégicamente como un sinónimo de «normal» o «tradicional»; ninguna de las anteriores palabras lleva tanto peso retórico. «Normal» está empapada en el fanatismo moral; en comparación, «natural» parece flotar por encima de las disputas humanas, ofreciendo una especie de versión secular de lo que solía llamarse la ley divina. Por supuesto, eso es exactamente el papel que la «ley natural» jugó para los padres fundadores de Estados Unidos. Hoy en día se invoca a la naturaleza, en lugar de a Dios, como a la fuerza que otorga los derechos y que actúa como árbitro entre el bien y del mal.

Matrimonio «tradicional» podría ser un término más defendible, pero es un modificador mucho más débil que natural. Una tradición cambia con el tiempo, de cultura a cultura, y goza de una fracción de la autoridad de la naturaleza, lo que nosotros consideramos como atemporal y universal, más allá de que le alcance el desorden y de que le acabe impugnando.

Aquí queda implícita la idea de que la naturaleza es la depositaria del respeto de los valores morales y éticos. Y que podemos decir con plena confianza cuáles son exactamente esos valores. Los filósofos suelen llamar a esto la «falacia naturalista»: la idea de que todo lo que es (en la naturaleza) es lo que debería ser (en el comportamiento humano). Pero si la naturaleza ofrece un estándar moral por el cual podemos medirnos, y un conjunto de valores a los que debemos aspirar: exactamente ¿qué tipo de valores son? ¿son los valores brutalmente competitivos de la «naturaleza salvaje y despiadada», en la que cada individuo está fuera de él mismo o de la propia naturaleza? ¿o son los valores de la cooperación, tal que una colmena o una colonia de hormigas, donde los intereses de la comunidad triunfan sobre los individuales? Quienes se oponen a los matrimonios del mismo sexo pueden encontrar ejemplos de la monogamia en el reino animal, y sin embargo, para hacerlo tienen que mirar más allá de ejemplos igualmente convincentes de la poligamia de los animales, así como la creciente evidencia de la aparente homosexualidad animal. Y, en el reino animal, no podemos pasar por alto los actos que se parecen mucho a la violación, o el infanticidio, o el aparente sadismo de un vulgar gato casero.

Los puritanos norteamericanos llamaron a la naturaleza «Segundo Libro de Dios», interpretando que era una guía moral, tal como lo hacemos hoy. De la misma manera que se puede hurgar en la Biblia y encontrar apoyo textual para casi todo lo que queremos hacer o discutir, se pueden buscar en la naturaleza razones para justificar casi cualquier cosa. Al igual que Herman Melville definió como «pura» la locura de Mobi Dyck contra la que luchaba el capitán Acab, la naturaleza es como una pantalla en blanco en el que amablemente podemos proyectar lo que queremos ver.

¿Significa esto que, cuando se trata de decir lo que es natural, todo vale? No lo creo. De hecho, pienso que hay algo de sabiduría filosófica en lo que dice la FDA. Cuando los jueces federales no pudieron encontrar una definición de «natural» para aplicar a las demandas colectivas, tres de ellos escribieron a la FDA, requiriendo a la agencia que defininiera la palabra. Pero antes, la FDA ya había examinado la cuestión varias veces, y se negó a dar una definición. El único consejo que la FDA ofreció a los juristas es que un alimento etiquetado como «natural» no debe tener “ningún ingrediente artificial o sintético» o que «no se espere en la composición normal del alimento.» La FDA afirma en su página web que «es difícil definir un producto alimenticio como “natural» porque la comida, probablemente, haya sido procesada y ya no es el producto original de la tierra». Esta afirmación sugiere que la industria podría no querer presionar el punto demasiado duramente, para que no se descubra que no hay nada de lo que vende que sea natural.

Los filósofos-burócratas de la FDA probablemente tengan razón: al intentar fijar los márgenes, es imposible dar una definición donde delimitar el uso del término “natural”. Sin embargo, en algún lugar entre esos márgenes se encuentra el sentido común. «Natural» tiene un antónimo bastante claro: artificial o sintético. Al menos en una escala de valor relativo, no es difícil decir cuál de las dos cosas es «más natural» que la otra: ¿la caña de azúcar o el jarabe de maíz de alta fructosa? ¿los nuggets de pollo o la carne de pollo «tal cual»? ¿las semillas OGM o las no OGM? Los alimentos más naturales en el supermercado rara vez se preocuparon de esa palabra;

Cualquier producto alimenticio que se sienta obligado a decir que es natural, con toda probabilidad, no lo es.

Probablemente, aventurarse más allá del sentido común conduzca a pasar de Guatamala a guatepeor, entre Escila y Caridbis. La especie humana es el resultado del mismo proceso -la selección natural- que creó todas las otras especies, lo que significa que lo que tenemos y todo lo que hacemos, también es natural. Así que adelante y a llamar a los nuggets naturales. Es como decir que están hechos con materia, o con moléculas, con lo que, en absoluto se llega a decir nada en concreto.

Y sin embargo, en el extremo opuesto del espectro de lo “natural”, donde la humanidad en cierto sentido está fuera de la naturaleza -como la mayoría de nosotros todavía creemos- ¿qué nos queda de lo “natural” sin que esté alterado de alguna manera? El cuerpo humano está compuesto de una mezcla química hecha a partir de la atmósfera y del genoma de cada planta o animal que encontramos en forma de alimento en cualquier supermercado, evolucionado desde hace mucho tiempo en respuesta a las prácticas culturales que hemos inventado, tales como la agricultura y la cocina. La naturaleza, lo natural, si crees en el excepcionalismo humano, está fuera. La excepcionalidad humana, probablemente, la deberíamos buscar en algún lugar de nuestros propios valores.


Michael Pollan es profesor de periodismo en la Universidad de California, en Berkeley, y autor de dos de los mejores libros que se han escrito sobre la alimentación humana y su cultura: «Cocinar. Una historia natural de la transformación» y «El dilema del omnívoro«.

Esta entrada ha sido elaborada a partir de la tradución del artículo original en inglés, publicado el 28 de abril del 2015 en el New York Times, con el título de Why «natural» doesn’t mean anything anymore.

  1. ¡Brillante artículo Álex! Muchísimas gracias por compartirlo

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  2. Andreu Farran

    Fantástico artículo! Muchas gracias por tu traducción, Alex.

    Le gusta a 1 persona

  3. Unos artículos geniales de los cuales he aprendido mucho.
    Yo os enlazo también mi blog en el que trato de varios deportes.

    http://radunga-dejandohuella.blogspot.com.es/

    El último post trata de un libro que he hecho a petición de varios seguidores de la página y que ha servido como proyecto personal y que está a la venta en Amazon y del cual también os informo

    http://www.amazon.com/L%C3%ADmites-los-guardianes-cuerpo-Spanish/dp/1515090817/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1437328110&sr=8-1&keywords=guardianes+del+cuerpo

    y os doy referencia de como el servicio de autoedición de Amazon permite autoeditar libros para todos los que además de un blog queramos transmitir ideas de alguna otra forma.

    <un saludo a todos

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  4. Pingback: Un affogato, per favore! | elPiscolabis

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