El testimonio de Núria Burgada nos acerca a la realidad que se está viviendo en la isla de Lesbos, en el Mar Egeo. Josemari Aymerich, maestro, y Ignasi de Juan, médico, le acompañan en este trabajo. Núria es maestra de escuela, activista y comprometida, que forma parte de Transpirenaica Social y Solidaria, una iniciativa con objetivos de inclusión social que aprovecha las montañas de los Pirineos para ayudar a jóvenes en riesgo de exclusión. Simplemente caminando, compartiendo y dándole visibilidad al proyecto. Surge el problema de Lesbos y desde la asociación se plantean qué se puede hacer. Pues venga, de momento, ir allá, ayudar en lo que sea necesario y, sobre todo, mostrar al mundo la dura realidad de la gente que huye de la desesperanza.

La mirada lo dice todo. Foto de Gabriel Tizón.
La gente que huye de Siria son personas como nosotros, con nombre y apellidos. Con amores y desamores. Con logros y con frustraciones. Con una historia detrás, sentimientos e ilusiones. Con una familia, hijos y padres, y con amigos. Estas personas enían un trabajo y unos objetivos en la vida, como nosotros. Se ven sumidos en una guerra y deciden embarcase en una aventura en la que las posibilidades de salir airosas son las que son: pocas. Peor es quedarse.
La impotencia ante un entorno que atrapa y ahoga, lleva a estos hombres y mujeres a arriesgar su vida, y la de sus hijos. A ponerse en manos de traficantes de desesperación. Oportunistas con pocos escrúpulos, negociantes de vidas humanas, pero con nombre y apellidos, y todo lo demás, que se aprovechan de la necesidad y que les brindan la oportunidad de subir a un pedazo de frágil goma relleno de aire, con un motor que probablemente no aguante demasiados envites. Es una travesía desde la costa turca a la isla de Lesbos.
Aquí, mientras los políticos y gestores de nuestros países (unidos o desunidos) se preocupan de lo que se preocupan, hay gente, con nombre y apellidos, y todo lo demás, que cogen el portante y se van a Lesbos, a “arremangarse”, a echar una mano en lo que sea. A que dispongan de sus brazos y de su empeño en lo que se necesite. Sin más. Gente maja y valiente que recibirá a los náufragos con una manta, una taza de caldo y ropa seca. Con una sonrisa y un cálido abrazo.

Huída y llegada a Lesbos. Foto de Gabriel Tizón.
La isla de Lesbos, está mucho más más cerca de Turquía que de la península griega. A ella llega gente huída (en condición de refugiados) de la guerra de Siria. Y también llegan refugiados de otros países en conflicto, como Afganistan o Eritrea. Después están los emigrantes, de Pakistan, Iran, Irak y otras naciones. Los refugiados pueden ser un 20-30% de las personas que llegan en las barcas, mientras que el 70-80% restante son “simplemente” emigrantes. Todos buscan un mundo mejor allende los mares y las montañas.
Solo las personas que tienen la condición de refugiados de guerra pueden acceder al campo de refugiados para obtener los papeles que así lo acreditan. Ese es su “pasaporte” para seguir el viaje, incierto pero esperanzador. Los demás, son «ilegales».
“Las personas llegan en barcas, y nuestro trabajo consiste en sacarles del mar, ayudándoles a bajar de las embarcaciones, secándoles, dándoles ropa seca para que se puedan cambiar y ofreciéndoles de comer y beber. La travesía desde Turquía no es demasiado larga. Las que llegan al norte de la isla pueden tardar unas 2 ó 3 horas. Aquí hay más ayuda y asistencia. Las que llegan al sur, 4 ó 5 horas, y no hay tantas personas que les puedan recibir y ayudar. El problema es que las embarcaciones que les ofrecen las mafias son muy frágiles e inestables. Y los motores son pequeños para impulsar una embarcación repleta de gente. Y que las mafias les dejan a su suerte: es muy poco probable que alguno de los pasajeros tenga nociones mínimas de navegación. Por 1.000 € tienes la posibilidad de cambiar tu suerte, o no. Ayer 5 de enero, víspera del día de Reyes, murieron 38 personas ahogadas. Suma y sigue” Así relata Núria Burgada la situación.
Las autoridades no intervienen. Sería fácil poner una embarcación para poder trasladar a los refugiados. Y no habrían muertes. Pero Grecia mira hacia otro lado.
Seamos honestos, nosotros también miramos a otro lado. No somos menos culpables que los griegos. Recordemos, ¿cuánta gente habrá perecido en las aguas del Estrecho de Gibraltar?
Parece que los problemas desaparecen si no se habla de ellos. Pero siguen existiendo. Ponemos una valla muy alta y cortante, donde no haya manos capaces de aferrarse e imposible de saltar, y tema solucionado. Me temo que no arreglaremos las cosas a «toque» de concertina o mirando hacia otro lado.
Cuando hay un naufragio y muertes, acto seguido hay dos o tres días en los que no vienen barcas.

Un socorrista que guía a una barca hacia la playa. Foto de Gabriel Tizón.
Hay una ONG, Proactiva Open Arms, de Badalona, formada por socorristas profesionales, que está dando el callo como pocos. Son personas preparadas para ayudar en esos críticos momentos del desembarque, donde la impaciencia o el temor puede convertirse en tragedia. O van hasta las aguas internacionales, y guían y acompañan a la barca hasta la costa de Lesbos para que la gente pueda desembarcar con el mínimo riego, en una playa segura y no en un acantilado rocoso y peligroso. En el sur de la isla está actuando Proem-Aid, un grupo de profesionales de las emergencias que procede de Sevilla.
La gente de tierra son, entre otros, LightHouse que asisten una vez la gente ha desembarcado. O Dirty Girls, una asociación (sobre todo mujeres) que han tomado la iniciativa de lavar y secar la ropa de la gente que arriba a la isla absolutamente empapada. Se secan, se cambian, y su ropa no se deshecha. Se lava y se seca para que pueda ser reutilizada por otras personas que la necesitarán, como ellos.
Todas las organizaciones necesitan URGÉNTEMENTE de recursos para seguir realizando su trabajo. Quien quiera colaborar, que lo haga. Que no se lo piense ni un momento.
«La sociedad civil tiene mucha más fuerza de la que nos podemos imaginar. Aqui, en Lesbos, hacen falta personas que puedan ayudar en las labores de salvamento y primeras atenciones a los refugidos emigrantes que van llegando en barca. Las autoridades griegas no ponen ningún reparo en los trabajos de ayuda humanitaria que realizan todas las ONGs que intervienen. Núria se ha encontrado bomberos de Granollers, de Sevilla, expertos socorristas… Y en tierra, todo el mundo es bienvenido: hacer comida, lavar ropa, acompañar…», explica Núria.
La gente que llega en las embarcaciones es muy variada. Hombres solos que no huyen de la guerra, pero que escapan de la pobreza de sus países, en busca de fortuna y con el objetivo de ayudar a que sus familias de origen puedan prosperar. O familias completas, que si huyen de la guerra. Embarazadas, niños de todas las edades… Ayer llegó una familia Siria con un hombre de 84 años, Mohamed.

Una manta térmica permite recuperar el calor que el mar roba. Foto de Gabriel Tizón.
Las personas que se pueden permitir pagar 1.000€ (el coste medio) por la travesia son muy pocas. Y en su viaje para llegar hasta la costa turca se habrán dejado mucho dinero más. Las mafias no tienen compasión de nada ni de nadie. Las familias de refugiados que se pueden permitir ese gasto son de clase media-alta. También hay que pensar en la pobre gente que no puede moverse de su pueblo o de su ciudad destrozada por la metralla y las bombas. Son la mayoría.
Los niños que llegan a Lesbos huídos de Siria sienten pánico al oír el sonido de un avión. Temen que, en cualquier momento, dejen ir una retahíla de bombas devastadoras. Estarán marcados por el terror para siempre.
Los jóvenes sirios que huyen de su país, los que no tienen demasiados recursos, al llegar a Turquía trabajan de lo que sea para ganar lo mínimo que les permita seguir su viaje, pagado muchos peajes mafiosos, hasta llegar a la costa y emprender la travasía a Lesbos.
Cuando desembarca, la gente muestra cara de felicidad, pensando en que lo más dificil queda atrás. Muy probablemente, no será así. Les esperan grandes dificulatades antes de poder normalizar su vida. Si es que consiguen normalizarla alguna vez.
Ahora llegan unos cientos de personas cada día. En los meses de septiembre y octubre, llegaban miles de personas diariamente. La isla estaba absolutamente desbordada con los refugiados y emigrantes.
«El trabajo que estan haciendo las ONGs se ha de hacer, es imprescindible. Si no, la gente se ahogaría. Es urgente y cubrimos la emergencia. Pero la solución está en otra esfera. A nivel político.», dice Núria.
Hoy dia 6 de enero, Núria ha visto como llegaban personas procedentes de República Dominicana. Parece increíble, pero es así. La voz de que Lesbos es un fácil acceso a Europa no ha tardado en correr. Todas estas personas realizan un rocambolesco viaje lleno de trampas, mafias y gente sin escrúpulos, capaces de chuparles la sangre hasta la última gota. Como las sangüijuelas.
El flujo de los refugiados sigue este recorrido: desembarcar, campamento de Moria, con los papeles arreglados van a la capital de Lesbos (Mitilene). y después hacia Atenas. Allá, ya te arreglarás. Si tienes dinero, puedes ir haciendo. Si no, búscate las vida. Los emigrantes, ilegales, tienen otra suerte muy diferente.
Los ferris que llevan a la gente al continente, a Grecia, no exigen papeles a las personas que suben. Los refugiados tienen la documentación reglada para poder «circular», pero los emigrantes, una vez pisan tierra en el puerto, se tienen que enfrentar a una situación de ilegalidad y desprotección absoluta. Si no eres refugiado, al detectar tu condición en cualquier frontera, te expulsan del país.
Núria Burgada. Gracias por compartir tu experiencia. Con la conversación que he mantenido esta tarde contigo a través de WhatsApp (dia de Reyes, 6 de enero) y las imágenes prestadas por Gabriel Tizón, un fotografo gallego que está resiguiendo todo el drama de los refugiados sirios, espero que la realidad de este éxodo llegue a conocerse un poco más, allende los mares y las montañas.

Núria Burgada (de pie, a la derecha) junto a otros cooperantes, en el campamento de ACNUR, en el Centro de Atención Médica de Médicos Sin Fronteras, en Moria.